CELEBRACIÓN PREHISPÁNICA Y EL SINCRETISMO
LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE MUERTOS EN
MÉXICO PREHISPÁNICO
Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México
son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de celebraciones en
las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la
vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde
hace tres mil años. En la era prehispánica era común la práctica de conservar
los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la
muerte y el renacimiento.

De esta forma, las direcciones que podrían tomar los
muertos son:
El Tlalocan o
paraíso de Tláloc, dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que
morían en circunstancias relacionadas con el agua: los ahogados, los que morían
por efecto de un rayo, los que morían por enfermedades como la gota o la
hidropesía, la sarna o las bubas, así como también los niños sacrificados al
dios. El Tlalocan era un lugar de reposo y de abundancia. Aunque los muertos
generalmente se incineraban, los predestinados a Tláloc se enterraban, como las
semillas, para germinar.
El Omeyocan,
paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este
lugar llegaban sólo los muertos en combate, los cautivos que se sacrificaban y
las mujeres que morían en el parto. Estas mujeres eran comparadas a los
guerreros, ya que habían librado una gran batalla, la de parir, y se les
enterraba en el patio del palacio, para que acompañaran al sol desde el cenit
hasta su ocultamiento por el poniente. Su muerte provocaba tristeza y también
alegría, ya que, gracias a su valentía, el sol las llevaba como compañeras.
Dentro de la escala mesoamericana de valores, habitar el Omeyocan era un
privilegio.
El Omeyocan era un lugar de gozo permanente, en el que se
festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes. Los muertos
que iban al Omeyocan, después de cuatro años, volvían al mundo, convertidos en
aves de plumas multicolores y hermosas.
Morir en la guerra era considerada como la mejor de las
muertes por los mexicas. Para ellos, a diferencia de otras culturas, dentro de
la muerte había un sentimiento de esperanza, pues ella ofrecía la posibilidad
de acompañar al sol en su diario nacimiento y trascender convertido en pájaro.

El camino para llegar al Mictlán era muy tortuoso y
difícil, pues para llegar a él las almas debían transitar por distintos lugares
durante cuatro años. Luego de este tiempo, las almas llegaban al Chicunamictlán,
lugar donde descansaban o desaparecían las almas de los muertos. Para recorrer
este camino, el difunto era enterrado con un perro llamado xoloitzcuintle (raza
canina sin pelo), el cual le ayudaría a cruzar un río y llegar ante
Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y cañas
de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas. Quienes iban al
Mictlán recibían, como ofrenda, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de
algodón.
Por su parte, los niños muertos tenían un lugar especial,
llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas
ramas goteaba leche, para que se alimentaran. Los niños que llegaban aquí
volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba. De esta
forma, de la muerte renacería la vida.
Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas
que contenían dos tipos de objetos: los que, en vida, habían sido utilizados
por el muerto, y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo. De esta
forma, era muy variada la elaboración de objetos funerarios: instrumentos
musicales de barro, como ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de
calaveras; esculturas que representaban a los dioses mortuorios, cráneos de
diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas.
Las fechas en honor de los muertos son y eran tan
importantes que les dedicaban dos meses. Durante el mes llamado Tlaxochimaco se
llevaba a cabo la celebración denominada Miccailhuitontli o fiesta de los
muertitos, alrededor del 16 de julio. Esta fiesta iniciaba cuando se cortaba en
el bosque el árbol llamado Xólotl, al cual le quitaban la corteza y
le ponían flores para adornarlo. En la celebración participaban todos, y se
hacían ofrendas al árbol durante veinte días.
En el décimo mes del calendario se celebraba la
Ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes. Esta celebración se llevaba a
cabo alrededor del 5 de agosto, cuando decían que caía el Xólotl. En esta
fiesta se realizaban procesiones que concluían con rondas en torno al árbol. Se
acostumbraba realizar sacrificios de personas y se hacían grandes comidas.
Después, ponían una figura de bledo en la punta del árbol y danzaban, vestidos
con plumas preciosas y cascabeles. Al finalizar la fiesta, los jóvenes subían
al árbol para quitar la figura, se derribaba el Xólotl y terminaba la
celebración. En esta fiesta, la gente acostumbraba colocar altares con ofrendas
para recordar a sus muertos, lo que es el antecedente del actual altar de
muertos.
Desde antes de la llegada de los españoles, antes de que la
religión católica fuera impuesta en Mesoamérica, muchas de las culturas
prehispánicas tenían la creencia de una vida después de la muerte. Por ejemplo,
de acuerdo a Luis Ramos, en su libro Culturas Clásicas Prehispánicas en
la cultura maya, cuando una persona moría, su alma iba al “inframundo”
(conocido por ellos como Xibalbá). Según sus creencias, para llegar a este
lugar, las almas debían de cruzar un río con la ayuda de un xoloitzcuintle
(raza de perro); es por eso que dentro de los ritos funerarios de los mayas se
encontraba el de enterrar a un perro de esta raza junto con la persona
fallecida, de lo contrario, correría el riesgo de no llegar a Xibalbá y
quedarse en el camino. Después, esta creencia se vio reafirmada con la
introducción a la cultura de la religión católica; de acuerdo a la religión
católica (religión predominante en México) existe la idea de un cielo y un
infierno a donde las almas se dirigen cuando uno muere (dependiendo de su
comportamiento en vida), es decir, la creencia de una vida después de la
muerte.
Xoloitzcuintle de
camino al Mictlán
Por otra parte, se acompañaban los restos de los difuntos
con diferentes utensilios, algunos que les habían pertenecido en vida y otros
que les serían útiles para llegar al lugar del descanso. Algunos eran
enterrados con instrumentos musicales, estatuillas, braseros, mantos de
colores, algodón, antorchas e incensarios.
Mictlantecuhtli, dios del inframundo
Para que las almas iniciaran el trayecto, los vivos se
encargaban de acompañarlos en la distancia por medio de un ritual. Este
iniciaba con la muerte de algún ser cercano. El deceso se anunciaba con gritos
y llantos emitidos por las mujeres ancianas de la comunidad. Después de
amortajaba al difunto junto con todos sus objetos personales. Posteriormente,
el bulto o cuerpo era simbólicamente alimentado con sus manjares más
exquisitos.
Después de cuatro días, el cuerpo era llevado a enterrar o
cremar. A partir de ese momento, el alma emprendía el difícil trayecto. Luego,
cada año durante cuatro años, se realizaban ostentosas ceremonias en el lugar
donde se encontraban las cenizas o el cuerpo del difunto. Así, este complejo
ritual no solo ayudaba a que las almas descansaran sino también a facilitar el
proceso de duelo de los familiares.
SINCRETISMO
Cuando llegaron a América los españoles en el siglo XVI
trajeron sus propias celebraciones del Día de Muertos cristianas y europeas,
donde se recordaba a los muertos en el Día de Todos los Santos. Al convertir a
los nativos del nuevo mundo se dio lugar a un sincretismo que mezcló las
tradiciones europeas y prehispánicas, haciendo coincidir las festividades
católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas con el festival similar
mesoamericano, creando el actual Día de Muertos.
"Existía cierta correspondencia de los días de
celebración de la muerte de los pueblos indígenas que coincidía con el
levantamiento de las cosechas y la que tenían los conquistadores", además
de compartir la visión católica de que existe una vida más allá de la muerte.
La tradicional ofrenda, también es producto de la mezcla de
ambas culturas, "forma parte de la tradición del culto a los muertos en la
región española, pero se matiza con la visión prehispánica".
Fray Diego de Durán relata que los indígenas colocaban una
ofrenda el 1 de noviembre y otra el día 2, y explica que esto sucedía por ser
"una costumbre muy antigua entre los naturales".
Con la llegada de los españoles comenzaron las ofrendas tal
y como las conocemos hoy en día, se tienen registros que en 1563 el religioso
Sebastián de Aparicio, colocó la primera en la Hacienda de Careaga y fue
reproducida posteriormente en otras regiones del país.
También fueron introducidos nuevos objetos como el
tradicional pan de muerto, que tiene sus orígenes en el siglo XVIII, con la
intención de incrementar el consumo de la harina de trigo.
Las tradicionales calaveritas de chocolate y de azúcar que se venden en los mercados de México también tienen su razón de ser en las culturas prehispánicas de quienes conservaban los cráneos como trofeos y para mostrarlos en los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Muy buen trabajo.
ResponderBorrarFelicidades
Buen trabajo. Muy interesante
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