CELEBRACIÓN ACTUAL
CELEBRACIÓN EN NAOLINCO
La celebración en Naolinco, pueblo de origen totonaca, ha
cobrado singular renombre y se inicia a partir de la fiesta patronal en honor a
San Mateo Apóstol, el 21 de septiembre, cuando aparecen los pilatos, la danza
tradicional, y los negros, comparsa que libra batallas con el Señor Santiago y
su ejército. Es a partir de esa fecha cuando las danzas anuncian el inicio de
Todos Santos, tiempo en que las actividades agrícolas se intensifican,
anunciando la cosecha de variados productos como maíz, calabaza, frijol, flor
de muerto o cempoalxócilt. Las labores productivas y comerciales aumentan.
Los naolinqueños, presurosos en las intrincadas calles, aún
adornadas con los pequeños altares en honor a San Mateo. Poco a poco se observa
a la gente construyendo estructuras de metal para revestirlas con papel y
engrudo, dando forma a las calaveras hechas con gran habilidad y destreza, que
van adquiriendo artísticos atavíos de papel, brillantina y cualquier cantidad
de parafernalia.
Los oficios domésticos se modifican: las mujeres, día a
día, aumentan el ritmo de su trabajo, ya sea en la preparación del mole y la
elaboración de dulces y jamoncillos, vinos con frutas locales, picando papel
china, haciendo flores para las coronas, vistiendo calaveras, o por acondicionamiento
la sala donde colocarán el altar y la ofrenda, así como limpiando y pintando
sus viviendas. Misma estampa ocurre en los comercios, en los talleres zapateros
o talabarteros, en centros culturales y educativos, en el Palacio municipal, el
hospital y el panteón.
Las escuelas de todos los niveles educativos incluyen en
sus actividades extraescolares la construcción de altares, calaveras y catrinas
para recrear la tradición y el culto por aquélla.
Cuando se acercan los últimos días de octubre crece el
ajetreo. Se improvisa un tianguis de productores de flor de cempoalxóchitl, moco
de pavo y tepejilote; llegan a Naolinco para llenar las calles con gran
cantidad de productos provenientes de comunidades del municipio como San Pablo Coapan,
Las Haldas, Tepetates, Espinal, o San Miguel Aguasuelos. De esta forma, los
naolinqueños mercan las frutas y flores a ser colocadas en la ofrenda. En esta
plaza improvisada se obtienen velas, veladoras, incienso, papel picado, dulces,
panes, y todos los enseres indispensables para el arreglo del altar.
El panteón es otro punto de referencia importante en esta
festividad: será el sitio de partida para iniciar con los alabados y la
cantada. En este lugar se aprecia gran ajetreo
durante el arreglo de criptas y tumbas; docenas de varones realizan
labores de limpieza, los jóvenes retocan la pintura y cambian los vidrios
rotos.
Preparativos
Las familias se preparan con dos semanas de anticipación
confeccionando las flores, cortando el papel de china y reuniendo los
ingredientes para los platillos de la ofrenda, sin olvidar la preparación de
los vinos de uva, piña, tamarindo y mora que no pueden faltar en la ofrenda.
La noche cae y el ambiente dulce con olor de pan y
majestuosidad de las criptas da una sensación muy especial: de misticismo y
religiosidad, donde el ruido del trabajo perseverante y gustoso es mezclado con
el cariño y afecto de hombres viejos, mujeres afanosas y locuaces chiquillos.
Altares de Todos Santos o Altares de Vida, los altares naolinqueños
son profundamente cristianos. Se hacen en forma de graderías para colocar en lo
más alto las imágenes más veneradas como las de Jesucristo, la Cruz cristiana,
la Virgen del Carmen y la foto de los familiares fallecidos. En la construcción
de estos altares dedicados a la vida, participa toda la familia con tareas
asignadas, consiguiendo de esta forma que cada uno de los que interviene dé lo
mejor de sí mismo.
Se implementan para los altares: grandes mesas, biombos,
repisas y escalones son colocados con sumo cuidado; se instalan en la sala o en
la mejor ubicación de las casa, y son distribuidos desde el piso hasta el
techo, respetando que conserven los niveles ascendentes que lleven hacia una
bóveda celeste ricamente ornamentada con papel multicolor finalmente picado.
Estos niveles permiten la unión entre lo terrenal y lo divino, de los hechos
producidos en cada uno de los dos planos: la tierra y el cielo, convirtiéndose
el altar en punto de unión entre una constelación celeste y la tierra como albergue
de los difuntos. Una vez instaladas las estructuras que brindaran soporte se
coloca el follaje de ramas de tinaja y tepejilote, en el que se acomodará la
flor cuidadosamente dispuesta y ensartada una a una, formando cadenas floridas,
que en caprichosas siluetas enmarcan los arcos y los respaldos. La mesa y los
otros niveles son cubiertos por manteles bordados, sobre los que se disponen
imágenes de santos y fotografías de los familiares difuntos.
La Cantada
El primero de noviembre, alrededor de las ocho de la noche
da inicio “la cantada” que consiste en visitar las casas donde se han elaborado
los altares y entonar allí los cantos (alabados y alabanzas), creaciones de los
habitantes de Naolinco, que son dedicadas a santos, mártires y a personas
relacionadas con la religión. La Cantada
Se inicia cuando los grupos se dirigen al cementerio a cantar frente a la tumba
de un pariente la primera “cantada” de la noche, luego los participantes se
desplazan de casa en casa entonándolos respetuosamente.
Como muestra de
agradecimiento los dueños de las viviendas ofrecen una copa de vino de fruta y
los platillos preparados para la ocasión. Por las calles se cruzan niños,
jóvenes y adultos alternando la visita a las diferentes casas. Es un ir y venir
que concluye a tempranas horas de la madrugada, ya que es necesario descansar
para continuar al día siguiente con la visita al camposanto.
Visita al cementerio
En vida se ama y en la muerte se recuerda y el dos de
noviembre los pobladores de Naolinco se encaminan hacia el cementerio llevando
coronas y flores (naturales y artificiales), velas y veladoras que colocan
sobre las tumbas, que previamente han sido limpiadas. Familias enteras en las
que no faltan los niños desfilan por la puerta principal camino hacia la tumba
de sus seres queridos. A mano derecha, ingresando al cementerio se encuentran
tumbas y mausoleos de hace más de un siglo, en las que una mano generosa
deposita una flor en homenaje a ese personaje anónimo que vivió y contribuyó al
desarrollo en Naolinco. Pequeños mausoleos con ángeles hermosamente tallados,
en el centro de pequeñísimas capillas abiertas, forman parte de este legado.
En la parte más nueva del camposanto, algunas de las tumbas
están elaboradas de tal manera que parecen una pequeña habitación. En algunos
casos representan una salita con una mesa hermosamente cubierta con manteles
tejidos en crochet, en el centro cuelga una cruz y a sus pies la foto del o la
fallecida, en algunos esposos. Llena de flores de diferentes colores, la
“habitación” invita a detenerse para observar cada detalle. El objetivo de los
familiares es crear en este espacio pequeño un sentimiento del estilo hogareño,
que posiblemente tuvieron en vida aquellas personas. Sólo la pared del fondo
está construida completamente de ladrillo y cemento, las laterales y la del
frente tienen amplios ventanales de vidrio, lo que facilita el poder observar
cada detalle creado con amor. En otra “habitación” dedicada a un deportista
permanece su camisa del equipo de béisbol en el que jugaba. Los bloques
“habitacionales” pintados en tonos pasteles y colores fuertes, se ven llenos de
flores de diferentes colores, creando un conjunto alegre y nostálgico a la vez.
No faltan estudiantes de los centros educativos y culturales, convertidos en
hermosas parejas de catrines, vestidos a la usanza del siglo XIX, que se
deslizan etéreamente por el cementerio. Tanto niños como adultos buscan el momento
para tomarse una fotografía con ellos, que seguramente luego guardarán, como un
recuerdo de este día en el que la vida y la muerte se viven casi como una misma
realidad.
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